<p>Con la muerte en 1900 de John Ruskin desaparecía un intelectual multifacético cuya vida estuvo entregada a la teoría y a la crítica artística. Antitéticos en muchas cuestiones y parangonables en cuanto al alcance, las contradicciones y al humanismo de sus obras, en este artículo perseguimos la huella de la teoría ruskiniana sobre la dimensión artística del ornamento, a través de algunas obras de Le Corbusier. A partir de los preceptos ruskinianos en esta cuestión, distinguimos en los años de formación del arquitecto suizo, una fuerte impronta de los valores del pintoresquismo y de la experiencia visual romántica de las artes, que irá abandonando conforme adquiera confianza en la industrialización, las nuevas técnicas constructivas y la depuración formal. Una vez instalado en París, y tras publicar sus ideas más revolucionarias, Le Corbusier volverá, en 1925, al mundo de las artes decorativas en el que se formó. Decidido a convencer de lo prescindible del ornamento, la influencia de Ruskin se percibe transformada en su “nuevo espíritu” como un guía que alienta a respetar el conocimiento del pasado, la poesía presente en la luz y la naturaleza, y el valor de la emoción en la arquitectura.</p>