En los primeros meses de 1939, Marina Tsvietáieva y María Zambrano estaban en París. La poeta, aguardando los documentos que le permitieran regresar a la URSS, tras décadas fuera de ella. La filósofa, los que le permitieran marcharse a América. La primera, en apariencia, acababa su exilio; la segunda, lo comenzaba. Ambas, procedentes de los dos extremos geográficos que acabarían desgajándose de la idea de Europa, compartían una carga personal, social y simbólica reflejada en sus obras: un mundo de violencia impúdica, donde ni la creación ni el pensamiento de las mujeres habían tenido la voz que, por derecho, les corresponde. Este artículo se centra en la búsqueda de un nuevo espacio común, imaginando de qué habrían podido hablar Marina Tsvietáieva y María Zambrano si se hubieran encontrado.