Los libros son objetos preciados que, desde su aparición, se han atesorado y cuidado de las inclemencias del tiempo, de los daños de roedores e insectos, pero sobre todo de la rapiña. En Nueva España las obras acompañaban las labores doctrinales, intelectuales, sociales y jurídicas de sus habitantes, y pronto, existieron bibliotecas que, con el paso del tiempo, incrementaron sus acervos y su consulta. Esto obligó emplear exlibris y sellos que, de forma inmediata, identificaban al poseedor o dueño del libro; sin embargo, dichos recursos no detuvieron la pérdida de los volúmenes. Fue así que en México se crearon las marcas de fuego, distintivo que frenó el constante extravío de las obras. El presente artículo da una visión sobre los diversos métodos de marcas de propiedad que se usaron en Nueva España, en especial aquellos que se distinguen por sus tintes de originalidad, como son los exlibris numéricos y las marcas de fuego.