La Monja Alférez, Jeanne Baret y Jane Dieulafoy no coinciden en tiempo histórico, pero sí, al haber viajado travestidas en hombre. Las motivaciones para emprender viaje, peregrinaje o trotamundeo, dependía de causas personales que las trascendían o, al contrario, correspondían a anhelos ocultos. Así ocurrió con las tres viajeras que se entiende cumplen situaciones que se relacionan a otros casos cartografiados en la teoría y literatura de viajes de mujeres en la historia occidental de los siglos XVII, XVIII y XIX. En sus desplazamientos o residencias al extranjero, las tres viajeras se liberaban de las restricciones de sus países de origen. Dependiendo de la nacionalidad, sus acogidas cambiaban, por razón histórica, diplomática y geoestratégica. El caso de la francesa Jane Dieulafoy, en siglo XIX, al participar en una misión arqueológica a Persia, se distinguía muchísimo de la viajera travestida de marino, Jeanne Baret, cruzando los mares a finales del siglo XVII. Aún más, se diferenciada de Catalina de Erauso, quien, escapándose de España, quería sobrevivir con todas sus ganas. Por cierto, fue una arriesgada aventura, para quien quiera – mujer u hombre. Travestirse al viajar y al residir, lleva implicaciones de género, de raza, de profesión y de cultura intelectual, también en plan postcolonialista. Las circunstancias se tradujeron, para cada una, en distintas tipologías de relación intersubjetiva y en la comunidad. Por su entereza y convicción solicitan estudios interdisciplinares, expandiendo axiologías críticas en la actualidad.