En la segunda mitad del siglo XVIII, impulsada por el gobierno ilustrado de Carlos III, se puso en marcha en el sur de la Península Ibérica una experiencia de colonización agraria en la que se empleó, fundamentalmente, a familias procedentes de Centroeuropa. Estos individuos, en los momentos iniciales, solo hablaban sus lenguas maternas (alemán, francés e italiano, sobre todo) por lo que la figura del intérprete de lenguas fue imprescindible para facilitar la comunicación. Sin embargo, esta función, al igual que aquellos que la desempeñaron, no ha sido estudiada hasta ahora; de ahí que nuestro objetivo en este trabajo consista en aproximarnos a la figura del intérprete en esas nuevas poblaciones durante sus primeros años de existencia.