En el presente trabajo se ofrece un acercamiento reflexivo en torno a cómo el arte, en tanto producto de la cultura liberal, es ante todo un dispositivo disciplinario que ha cooptado para sí al acontecer estético y ha logrado posicionar la idea de su supuesta universalidad y autonomía. Por tanto, se propone realizar una reflexión crítica de cómo el dispositivo artístico, fundamentado en las ideas de autonomía y universalidad, ha coadyuvado para hacer del acontecer estético una especie de propiedad privada que, por un lado, sólo el artista es capaz ontológica y jurídicamente de manifestar y, por el otro, sólo el sujeto sensible, aquel que ha naturalizado la sensibilidad propia de la cultura burguesa liberal, es capaz de disfrutar para reconocer su libertad y su derecho a poseer y dominar.Es decir, el arte no sólo cumple una función ideológica por su condición de mercancía, sino que además condiciona históricamente lo que puede ser reconocido o no como estético; y a su vez, en ese reconocimiento, propone los límites, asegurados desde la misma cultura burguesa, para determinar cuáles fenómenos estéticos son dignos de mayor valoración y procuración en la vida social. Política sobre la estética que asegura la preeminencia de lo estético a aquellos sujetos que, por “genio” o por “ingenio”, tienen un supuesto derecho ontológico a la cultura.No sólo se busca reflexionar en torno a las condiciones aporéticas propias de la producción artística en tanto mercancía de la cultura liberal, sino que dicha reflexión se ubica históricamente en uno de los ejemplos paradigmáticos de la producción artístico-política latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX: la Vanguardia argentina de los años sesenta. La intención es dar cuenta del modo en que dicho dispositivo artístico forma y conforma consecuencias materiales contradictorias, incluso en los proyectos artísticos más contestatarios.